viernes, 14 de marzo de 2014

AMAZONAS: RETRATO DE UN PAÍS. III




(III)

Llovió torrencialmente durante toda la noche pero en el cobijo de la habitación Morrocoy, con aire acondicionado y entre sábanas limpias, el clima inhóspito no significó ningún problema.

Temprano por la mañana desayunamos sándwiches aceptables y café en una panadería vecina. El aire, agradablemente fresco después de las lluvias intensas, reconfortaba. A la espera de que los guías nos buscasen en el hotel, decidimos realizar una visita a la Feria de Artesanía Indígena cercana.

En el trayecto cruzamos una linda plaza arbolada por mangos añosos. Estaba anegada y los frutos caídos, ya fermentados, se mezclaban en los charcos sucios con todo tipo de basura urbana.

La mayoría de los kioscos de la feria estaban aún cerrados pero fisgoneando por las rendijas, pude detectar unos pocos objetos Yanomami originales perdidos entre baratijas adocenadas y sin alma. Preguntando precios pudimos hacernos una idea de cuánto podríamos pagar por sus artesanías a los indígenas que visitaríamos en el trayecto fluvial hacia el Autana. Después de todo, con ese objetivo en mente era que habíamos viajado tantas horas en la camioneta. Imaginábamos churuatas autóctonas repletas de arte primitivo y de objetos cotidianos encantadores.

A las 10 de la mañana llegó quien sería nuestro guía, acompañado por el chofer del rústico. Dejamos nuestro vehículo en la entrada del hotel siguiendo las instrucciones del botones: -Estaciónenlo cerca de la puerta donde pueda verlo bien el vigilante nocturno-. Nada tranquilizador.

En el corto trayecto hacia el puerto de Samariapo entablamos fácil amistad con los recién conocidos pero a la mitad del camino nos esperaba la primera alcabala de La Guardia con su característico cartelito metálico y objetos incómodos sobre la calzada. Asomándose por las ventanillas delanteras, los efectivos solicitaron se abriesen las traseras y con actitud de ejército de ocupación nos preguntaron ásperamente si éramos extranjeros.

Linda actitud y linda pregunta para fomentar el turismo.

Después de un breve diálogo en el cual recurrimos a nuestro mejor histrionismo tropical, nos permitieron continuar. A la segunda alcabala llegamos con todos los vidrios abiertos y otra vez la pregunta se refirió a nuestra nacionalidad. A esa altura ya me sentía como un gringo en Afganistán. -¡Bájense con todo el equipaje!- fue la orden. Sobre una pequeña mesa, entre guacales repletos de productos diversos tal vez decomisados, nos hicieron vaciar el contenido de los bolsos: medias, interiores, franelas, pantaletas y mi gran cuchillo de selva.

Era tal el interés con que apretaban entre sus dedos cada prenda que no pude menos que comentar fingiendo naturalidad: -No van a encontrar nada ilegal-, atrevimiento al que el efectivo respondió con autoridad indiscutible: -¡¡Estamos haciendo nuestro trabajo!!-

Luego mi mujer, con fingida ingenuidad femenina preguntó a su vez:

-¿Y qué es lo que buscan si se puede saber-?

-Drogas- dijo uno, -O cartuchos- agregó el otro.

Un cargamento de drogas o de proyectiles adentro de 4 pantaletas y 4 interiores pensé sin por supuesto decir nada.

A todo esto uno de los efectivos había separado a un lado mi cuchillo y cuando comenzamos a guardar la ropa lo alejó un poquito más mientras yo cavilaba: -Perderé el viaje y aquí quedaré preso, pero este carajo ni de vaina se va a quedar con mi cuchillo-.



German_cabrera_t@yahoo.es 29 de julio 2013



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