viernes, 14 de marzo de 2014

ENTRE DOS ABERRACIONES



“Que aprendan los niños a ser preguntones para que pidiendo el porqué se acostumbren a obedecer a la razón… no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre como los estúpidos”.

Simón Rodríguez.



Hable Ud. con cualquier joven estudiante o bachiller graduado recientemente en institutos de educación pública. Por lo general serán muchachos de clase media baja o de sectores sociales más humildes.

Intente conversar con ellos sobre cualquier tema de historia, de filosofía, de biología e incluso de actualidad. Salvo muy raras excepciones, la respuesta será muy cercana a la que me dio hace poco un bachiller graduado en un liceo de Los Teques:

-¡A mí no me haga preguntas porque no sé un coño de nada!-

También me contó con naturalidad que había pagado a los profesores para aprobar materias y que esa era una práctica común. El asunto es llegar a la casa con notas aceptables y lograr graduarse “pa salir deso”. El amor al conocimiento, la curiosidad, no existen: -¡Queseeeeessssooo!-

Pero más grave aún que su ignorancia sobre temas curriculares es su desconocimiento en torno al país, al continente y al mundo. No sólo ignoran los temas más elementales de la geografía y la historia nacional y global sino que tampoco tienen la más mínima noción sobre los conceptos de Estado y Gobierno, de Poderes, de democracia, de derechos ciudadanos, de política y economía. Y estamos hablando de estudiantes de educación media y bachilleres de la república. Imagínese qué elementos manejará el cerebro de quienes no logran superar los primeros años escolares.

Ahora bien, estos muchachos están creciendo entre dos conceptos de vida aberrantes. Uno está representado por la superficialidad y el hedonismo de la sociedad post moderna, el consumismo desaforado, la avidez de riqueza, el guerrerismo y la influencia mediática global de los centros de poder que impone los vampiros enamorados, los zombis, las lolas nuevas, las nalgas aseguradas, la alfombra roja, los óscares, el encanto de los ricos y famosos, el perico, los reality, las competencias descalificadoras.

El otro es personificado por la autodenominada Revolución Bolivariana, obscenamente contradictoria entre la corrupción desatada, el resentimiento social, la violencia y el discurso purista, amoroso, justiciero. Una revolución hipócrita y anacrónica que en nombre del amor promueve el odio y en nombre de la paz estimula la guerra.

En este entorno esquizofrénico crece una generación que, rodeada de héroes de cartón, desfiles y fanfarrias militares, museos transformados en refugios, araguaneyes en flor, morgues repletas, cadenas presidenciales, masacres carcelarias, turpiales y banderas ondeantes opta por la motico china, el Blackberry, la pinta, la pistola con cargador largo de silicón, la piedra, el perreo en los bonches, el reguetón perpetuo, la idolatría al malandro, la rasca de anís o Chimeneao, la coñaza y la puñalá, el levante de culitos, los mensajitos de texto, la apatía y la irresponsabilidad.

El país rural y familiar que en los años 50, 60 y 70 se ubicaba entre los primeros en educación de América Latina se ha transformado en esto.

Cuando por fin logremos levantar cabeza habrá mucho trabajo por hacer, pero la tarea principal será llevar adelante una verdadera Revolución Educativa.





Germán Cabrera, 15 de febrero de 2013.

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